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Mas ni por un instante me doblegué a sus pretensiones; era preciso que la verdad del mensaje evangélico se mantuviera intacta entre ustedes. En cuanto a los que eran tenidos por dirigentes —no me interesa lo que cada uno de ellos fuera antes, pues Dios no se fija en las apariencias—, esos dirigentes, digo, nada adicional me impusieron. Al contrario, ellos vieron que Dios me había confiado la misión de proclamar el mensaje evangélico a los no judíos, así como a Pedro le había confiado la de proclamarlo a los judíos.

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